- Hola, ¿te acuerdas de mi? Dijo plantándose delante y cortándome el paso.
Lo miré, y algo desconcertada dije:
- No me resultas del todo desconocido, pero no sé…no caigo ahora.
- Claro, ha pasado tanto tiempo…, ahora tengo menos pelo y más barriga, incluso soy más rubio que tú. Dijo haciéndo un guiño mientras se acariciaba el cabello escaso y poblado de canas.
- ¿Te siguen llamando Sol?
Fue como si un ciclón me engullese golpeando mis recuerdos. Nadie más que él me había llamado así. Madre mía, respondí, sí que ha pasado tiempo…
- Así es, dijo, pero ya ves, a ti ni siquiera te ha rozado.
Agradecí su galantería entrecerrando los ojos y él río con ganas.
- Tampoco has perdido la costumbre de ocultar tu mirada para que nadie pueda leer en ella.
Recordé aquella tarde de agosto y mis quince años regresaron con fuerza. Él Apenas tendría dieciséis. Nos bañábamos en una charca que formaba el río cerca de mi casa. Lo recordé con su pelo negro como la noche, sacudiendo el agua con la intención de mojarme a sabiendas que me molestaba. Al lado, tras la tapia de una finca abandonada, había una higuera repleta de frutos maduros que empezaban a caer poniendo el suelo perdido. Él recogió del suelo un par de higos ─ sabía que me encantaban ─ pero enseguida los desechó; estaban demasiado maduros y llenos de gusanos. Se encaramó en la tapia y desde allí, de un ágil salto, alcanzó una rama que estaba repleta. Cuando ya iba a bajar observo que un poco más arriba había unos cuantos muy hermosos que incitaban a ser arrancados. Se estiró todo lo que pudo, pero no estaba fácil, al final lo consiguió, sin embargo, no le dio tiempo a reaccionar y la rama chascó. Acabó de cabeza encima de un arbusto lleno de ortigas, que si bien amortiguo su caída, le dejó hecho un cristo y lleno de sarpullido. Sentí agujetas en el estómago de tanto reír, él se hacía el ofendido y me decía que se comería los higos él solito. Pero todo era una pose, estaba feliz pudiéndome obsequiar con ellos. Lo estaba pasando mal, aquello picaba y la urticaria estaba brotando de manera exagerada, acaricié la zona inflamada tratando de aparentar seriedad, aunque no podía parar de reír, tenía la nariz hinchada y roja como un tomate.
Tan abstracta estaba con estos pensamientos que no me dí cuenta hasta que fue demasiado tarde. Reaccioné azorada al sentir mis dedos sobre su piel, lo estaba acariciando como aquella tarde. Le pedí disculpas tartamudeando y él entre bromas lo quitó importancia.
- ¿Te has casado? Preguntó casi afirmando.
Me quedé un instante callada, como decirle que de eso, hacía tanto que ya casi no lo recordaba. En vez de contestar le pegunté:
- ¿Y tú?
- Claro, dijo, tengo dos niñas preciosas.
- Yo también tengo dos hijos…
- Te he visto muchas veces desde mi oficina, dijo señalando el interior de un edificio con grandes ventanas que daban a la calle.
- ¿Porqué no me has saludado antes?, pregunté.
- Porque antes, siempre ibas acompañada.
Nos quedamos callados un momento, y luego, él continuó: hoy me he decidido porque he observado que últimamente vas sola. No quise decir nada, ¡para qué! Había pasado demasiado tiempo y demasiadas cosas para ponernos al día en un instante. Empezamos a sentirnos violentos con el silencio, así que nos despedimos con un beso en la mejilla y la promesa de que otro día, con más tranquilidad, tomaríamos un café juntos y así podríamos seguir recordando.
Seguí caminando con la sensación de tener sus ojos fijos en mi espalda, iba pensando lo que eran las cosas, en unos minutos había regresado a mi adolescencia, un tiempo maravilloso, que visto desde la distancia que me daban los años, me resultaba muy corto. A una juventud rota demasiado pronto por un matrimonio acabado hace tiempo, cuyos recuerdos, si bien ya no hacían daño, no eran demasiado gratos; pero sobre todo, había tomado conciencia de lo a gusto y segura que me sentía con esta etapa de mi nueva vida. Al torcer la esquina, giré la cabeza y lo vi allí plantado, en medio de la acera, mirándome. Levantó su mano en señal de despedida y yo le correspondí con el mismo gesto. Si hubiera estado más cerca me hubiera escuchado murmurar escépticamente: -.Y dices que no me ha rozado el tiempo…