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Te espero



Cuando te acuerdes:
no me busques en las sombras
de  las calles vacías,
o en la fría estancia del olvido.

No te ofendas si no me hice hielo,
si arropé mi corazón de soledades.

Guardo el calor entre las manos
y debajo de las pestañas.
Seré el Faro en las noches sin luna
que guíe tu barco lejos de los arrecifes.

Búscame al alba, entre la espuma de esas olas
que mueren apenas nacen, lejos de la playa.

Escucha a las gaviotas,
al rumor de sus alas
en el silencio azul,
y sabrás que no estoy lejos;
que en este mar sin esquinas
te espero en el horizonte.



Cinco días, ¿un milagro?

Esa puerta que se abría a un año esperanzado
le quedan cinco días para volver a cerrarlo,
mas el futuro que se adivina
cada vez es más extraño,
ya nadie se sorprende
ni se esperan más milagros

361 días de sorpresa y desconsuelo
vistieron la calle de banco y negro,
de banderas y pancartas,
de mensajes y de duelo.
Tras las ventanas se esconde el miedo,
que en silencio, observa incrédulo.

La mañana nos sorprende
con el asfalto encerado
donde unas pocas huellas
se van hundiendo a su paso.
Un paisaje de tarjeta
− se escucha el comentario −
aunque al que duerme entre cartones
le parezca desolado.

Todavía unos pocos caminan
con la sonrisa entre los labios;
los demás, agachamos la cabeza
para no vernos reflejados
en las tiendas donde se exponen
delicatessen y regalos,
mientras que los estantes de abajo,
han quedado arrasados de los productos blancos.

¡Hasta para eso nos hacen agacharnos!

Juguemos

Dispongamos la mesa
y empezemos el juego,
uno a cada lado
y el corazón en medio.

Esta vez no habrá trampas,
se nos acaba el tiempo,
guardarse un as bajo la manga
tan solo es perderlo.

Antes de que amanezca,
vencedor y vencido,
nos daremos la espalda
con la cabeza bien alta
y el corazón dolorido.
Un gramo de tu vida,
un minuto de tu tiempo,
una mirada fugaz,
una leve caricia.

Esas pequeñas cosas
que yo magnifico
y me hacen feliz.

El Faro que nos guía


 Nos encontramos de noche
cuando el barco zozobraba
perdidos en el oleaje
lejos de cualquier playa.

Fuimos dos sombras solitarias
que bajo la luna se unieron,
para secarse las lágrimas
y pintar una sonrisa.

Tú me hablabas de tu vida
yo lo hice de la mía,
entre pena y pena
construimos la alegría.

Hoy tus manos generosas
depositan en las mías
el valor que hace falta
para regresar a puerto
y edificar allí otra vida.





Por Amor

Lo que hice por amor
y todo lo que hubiera hecho....

Por amor me hice viajera
de caminos solitarios,
nunca ví más horizonte
que el que ofrecían sus brazos.

Por amor volé sin alas,
fui jinete en el asfalto
y hasta navegué los mares
venciendo todos mis miedos.

Tantas veces regresé
humillada y dolida,
aún así, siempre  regalé
la mejor de mis sonrisas.

Mi corazón me rogaba
que escuchara a la razón,
fui terca y enamorada
hasta que todo acabó

Si por amor sufrí tanto
que hasta se hundió mi autoestima,
ahora que me he levantado
con la lección aprendida,
no volveré a cometer
los errores del pasado.



Cayó la lluvia





Se que hay días, pocos,
qué rondas mi casa.
Te acercas como un furtivo
y amparado en la noche
entras con impunidad
en todos mis rincones.

Me pregunto qué es lo que buscas en ellos,
tan sólo guardo unos pocos recuerdos
y muchas esperanzas.

No sé si te causará risa descubrir esas pequeñas cosas
que aún te mantienen vivo en mi memoria,
o se removerán en tí  otros sentimientos.

Un día, te dejaré una nota que diga:
Por fin cayó la lluvia, y arrastró con ella
los malos momentos.
Las flores se abren sedientas
y mi casa se llena de aroma a tierra mojada
ahuyentando los viejos recuerdos.

Deja que esta lluvia, calida y fina de agosto,
te moje también a tí
y se lleve con ella los remordimientos,
si es que los tienes...







Tendimos un hilo

Fue un pacto sin normas,
pero al separarnos
tendimos un hilo.

Los dos lo pensamos,
aunque nada dijimos,
la distancia era mucha
y el hilo muy fino.

Sin saber si se movía tu extremo,
yo tiraba del mío. Así pasaron los días,
muchos días, y crecía mi ovillo.

Mas no sé si fue el desdén por tu parte,
o la presión por la mía,
pero de tanto tensarlo
se rompió aquel hilo.

Pensé en repararlo con nudos,
pensé en tender otro hilo,
pensé…


Aunque ya nada sirve si has tirado el ovillo.





Y si fuera…



¿Y si fuera verdad,
que al caer la noche, bajo las estrellas
llegas a mi puerta y en ella te apuestas
como un centinela para guardar la ventana,
que sabes, me encierra?

¿Y si fuera cierto,
que en las largas horas de vigilia sueñas
que la luz se enciende y atraviesas la puerta,
subes en silencio la angosta escalera
llegando a mi lecho donde te espero
con la sonrisa abierta, y entre los labios,
una rosa dispuesta para ser cortada
y derramar su aroma mientras la deshojas,
pétalo a pétalo, buscando los secretos
que esconde su corola?

¿Y si fuera posible,
que en mi corazón ya es primavera?

La Casa Azul




Aquella noche, en la calle, no había ni gatos. La luna se escondía entre las nubes ocultando las sombras, y aunque no hacía frío, algo extraño calaba hasta los huesos.
La mañana anterior había amanecido entre nieblas. Después de unos días del calor intenso con los que nos estaba recibiendo el verano, sorprendió ver los cristales empañados y llenos de regatos por el efecto del contraste de la temperatura, parecía como si el clima se hubiera aliado con los acontecimientos que vivimos.

El barrio empezaba a despertar cuando el silencio quedó roto por el sonido de las sirenas. Pronto la calle fue un hervidero de policías, perros y sanitarios. El ruido que producían las persianas al ser levantadas y las conversaciones cruzadas a través de los patios de vecinos iban aumentando poco a poco amortiguando así al que procedía de la calle. Nadie sabía que pasaba, pero todos intuían que era algo grave.
La policía había acordonado el perímetro de la casa azul ─ así llamábamos a una antigua casa indiana que estuvo abandonada muchos años ─. Desde entonces, los niños del barrio se colaban en el jardín por la valla deteriorada por el tiempo para jugar entre los inmensos arbustos que lo inundaban casi por completo. Era perfecto para qué la desbordante imaginación de los chavales lo convirtiera en una peligrosa selva llena de indígenas y animales salvajes. Cuando caía la tarde y los niños se recogían, algunos adolescentes, aprovechaban la intimidad de los mismos arbustos para ocultar sus primeros –o no tan primeros – escarceos amorosos.

Más de una vez, de entre las mamás del barrio, habían surgido voces discordantes ante esta situación, ya que según algunas, los niños podían entrar fácilmente dentro de la casa con sólo empujar una puerta o una ventana y corrían el peligro de que la madera estuviese en mal estado debido al abandono y ocurriera un accidente, otras, sin embargo, opinaban que estaban mejor allí recogidos que corriendo por las calles llenas de tráfico.

Pero como ya sabemos, no hay mal que cien años dure, y un día, aparecieron todas las ventanas abiertas y los huecos de la valla, que permitían el acceso al jardín, reparados.

Pasados los primeros instantes de decepción por parte de la chiquillería, pronto su imaginación empezó a trabajar y dejaron de ser exploradores en la selva para cambiarse por detectives en busca de pistas que desenmascararan a los ladrones, contrabandistas o presos fugados, que sin duda para ellos, eran los nuevos habitantes de la casa azul.
Lo que comenzó como una fantasía infantil, pronto se extendió a los adultos y fue tomando las más diversas formas. En los corrillos del parque o en la cola de la panadería, se podían escuchar diferentes versiones sobre quien habitaba la casa. Algunas mujeres aseguraban haber visto entre las sombras a una anciana con aspecto de vagabunda, otras, en cambio, comentaban que era una joven indigente, probablemente alcohólica o drogadicta. No se ponían de acuerdo, pero todas opinaban que debían de tener cuidado con los niños, sin duda, era un peligro para ellos.
En el bar de la esquina, los comentarios eran bien distintos. El dueño del bar, un hombrecillo flaco y con muy malas pulgas, aseguraba, que si bien tenían razón las mujeres en cuanto al sexo de la nueva inquilina, estaban muy equivocadas en lo tocante a su apariencia. Aseguraba haberla visto varias veces cuando iba al mercado de madrugada. La mujer, según él, era joven, hermosa y muy provocativa. Contaba, que caminaba descalza y medio desnuda por el jardín mientras canturreaba una canción en una lengua desconocida, lo cual le hacía pensar que era extranjera. A su lado, iba siempre un perro de enorme tamaño y aspecto fiero, que sin duda, alejaría a cualquier curioso que intentara abordarla. Los clientes del bar no decían nada, pero cada día eran más los que apenas amanecido el día, pasaban disimuladamente calle arriba, sin dejar de observar por el rabillo del ojo al jardín. Nadie vio nunca a la mujer, pero ya se sabe, algunos comenzaron a inventarse nuevas historias en torno a la misteriosa figura y pronto, pasó de ser una extranjera sin más, a ser italiana y vivir escondida, porque había huido de su marido, un capo napolitano que la andaba buscando por haberle sido infiel, o bien, una fugitiva de la mafia rusa, o una actriz francesa incapaz de aceptar su decadencia…, cualquier cosa menos reconocer que ninguno había visto o escuchado absolutamente nada.

A nadie se le ocurrió pensar que la casa tendría dueños y que tal vez fueran estos los que habían regresado para habitarla de nuevo. Algunos de los vecinos más mayores, recordaban vagamente a un joven matrimonio algo extraño, no tenían relación con nadie y solían ausentarse de vez en cuando sin que sesupiera a donde iban. Por eso, cuando un día dejaron de venir, no se los echó en falta y llegaron a olvidarlos. Por supuesto, nadie asoció esta ausencia con la aparición de un cadáver de mujer en el muelle; desde el principio, la policía dejó claro que era un ajuste de cuenta entre narcotraficantes y que tanto el rostro como cualquier detalle que pudiera identificar a la víctima habían sido cuidadosamente desfigurados. Solo se filtró que era una mujer joven y que se encontraba en los primeros meses de gestación. Un caso más que pasó a la historia y que todo el mundo olvidó.

Fueron dos días de continuo trasiego por parte de los agentes y pronto, los alrededores se llenaron de periodistas y curiosos. Nadie sabía nada, pero los comentarios, a cual más descabellado, corrían por todos los lados. Al tercer día, en el periódico local salio una nota que decía: “En la mañana del lunes, tras una larga investigación, la policía ha tenido que entrar en el número 10 de la calle Joaquín Arias, para detener a un sospechoso de traficar con drogas a gran escala. Ante la resistencia de éste, tuvieron que emplear la fuerza y en el forcejeo, resultó herido de gravedad un agente y el propio sospechoso, falleciendo éste en el trayecto hacía el hospital”, y continuaba en una columna de las páginas finale, “el fallecido, un hombre de unos 60 años, había vivido en la casa hacía más de treinta años, entonces, estaba casado con una joven de la alta sociedad que desapareció misteriosamente. Cuando la familia de la joven denunció esta desaparición, investigaron al esposo instándole a no abandonar la ciudad, pero cuando fue requerido por los agentes, había desaparecido él también. La policía lo buscó durante un par de años, aunque ante la  falta de pistas acabaron por archivar el caso. Un hermano de la joven esposa no se dio por vencido y continuo con la investigación por su cuenta, sin embargo, el tiempo y la total oscuridad de los hechos, hicieron que acabara por desistir él también.
Hace unos meses, fue detenida una joven por traficar con droga que al verse acorralada acusó a su camello. Agentes contra el narcotráfico comenzaron a seguir las pistas que los llevó al resultado que ya conocen”.

Muerto el sospechoso, se cerró definitivamente el caso. El barrio volvió a la normalidad, y tanto en los patios de vecinos, como en el bar de la esquina se había instaurado un código de silencio, nadie estaba dispuesto a reconocer que  había caído en un cotilleo vulgar para llenar una vida falta de emociones.

Intrusión

La alejó de su lado,

como quien aparta un mosquito de un manotazo.

En el gesto, se olvidó de que fue él quien entró en su vida

rompiendo los hilos que la sostenían anclada a sus raíces.

Ahora, sola y perdida en los recuerdos,

a merced de todos los vientos,

naufraga en los mares de la cordura

y es peregrina de caminos solitarios.

Sin embargo, aún conserva un corazón grande,

que infatigable, va atesorando pequeñas dosis de valor

para alejar la melancolía y conquistar la ilusión.

Recuerdos con sabor a dulce de higo


- Hola, ¿te acuerdas de mi? Dijo plantándose delante y cortándome el paso.

Lo miré, y algo desconcertada dije:

- No me resultas del todo desconocido, pero no sé…no caigo ahora.

- Claro, ha pasado tanto tiempo…, ahora tengo menos pelo y más barriga, incluso soy más rubio que tú. Dijo haciéndo un guiño mientras se acariciaba el cabello escaso y poblado de canas.

- ¿Te siguen llamando Sol?

Fue como si un ciclón me engullese golpeando mis recuerdos. Nadie más que él me había llamado así. Madre mía, respondí, sí que ha pasado tiempo…

- Así es, dijo, pero ya ves, a ti ni siquiera te ha rozado.
Agradecí su galantería entrecerrando los ojos y él río con ganas.

- Tampoco has perdido la costumbre de ocultar tu mirada para que nadie pueda leer en ella.

Recordé aquella tarde de agosto y mis quince años regresaron con fuerza. Él Apenas tendría dieciséis. Nos bañábamos en una charca que formaba el río cerca de mi casa. Lo recordé con su pelo negro como la noche, sacudiendo el agua con la intención de mojarme a sabiendas que me molestaba. Al lado, tras la tapia de una finca abandonada, había una higuera repleta de frutos maduros que empezaban a caer poniendo el suelo perdido. Él recogió del suelo un par de higos ─ sabía que me encantaban ─ pero enseguida los desechó; estaban demasiado maduros y llenos de gusanos. Se encaramó en la tapia y desde allí, de un ágil salto, alcanzó una rama que estaba repleta. Cuando ya iba a bajar observo que un poco más arriba había unos cuantos muy hermosos que incitaban a ser arrancados. Se estiró todo lo que pudo, pero no estaba fácil, al final lo consiguió, sin embargo, no le dio tiempo a reaccionar y la rama chascó. Acabó de cabeza encima de un arbusto lleno de ortigas, que si bien amortiguo su caída, le dejó hecho un cristo y lleno de sarpullido. Sentí agujetas en el estómago de tanto reír, él se hacía el ofendido y me decía que se comería los higos él solito. Pero todo era una pose, estaba feliz pudiéndome obsequiar con ellos. Lo estaba pasando mal, aquello picaba y la urticaria estaba brotando de manera exagerada, acaricié la zona inflamada tratando de aparentar seriedad, aunque no podía parar de reír, tenía la nariz hinchada y roja como un tomate.

Tan abstracta estaba con estos pensamientos que no me dí cuenta hasta que fue demasiado tarde. Reaccioné azorada al sentir mis dedos sobre su piel, lo estaba acariciando como aquella tarde. Le pedí disculpas tartamudeando y él entre bromas lo quitó importancia.


- ¿Te has casado? Preguntó casi afirmando.

Me quedé un instante callada, como decirle que de eso, hacía tanto que ya casi no lo recordaba. En vez de contestar le pegunté:

- ¿Y tú?

- Claro, dijo, tengo dos niñas preciosas.

- Yo también tengo dos hijos…


- Te he visto muchas veces desde mi oficina, dijo señalando el interior de un edificio con grandes ventanas que daban a la calle.

- ¿Porqué no me has saludado antes?, pregunté.

- Porque antes, siempre ibas acompañada.

Nos quedamos callados un momento, y luego, él continuó: hoy me he decidido porque he observado que últimamente vas sola. No quise decir nada, ¡para qué! Había pasado demasiado tiempo y demasiadas cosas para ponernos al día en un instante. Empezamos a sentirnos violentos con el silencio, así que nos despedimos con un beso en la mejilla y la promesa de que otro día, con más tranquilidad, tomaríamos un café juntos y así podríamos seguir recordando.

Seguí caminando con la sensación de tener sus ojos fijos en mi espalda, iba pensando lo que eran las cosas, en unos minutos había regresado a mi adolescencia, un tiempo maravilloso, que visto desde la distancia que me daban los años, me resultaba muy corto. A una juventud rota demasiado pronto por un matrimonio acabado hace tiempo, cuyos recuerdos, si bien ya no hacían daño, no eran demasiado gratos; pero sobre todo, había tomado conciencia de lo a gusto y segura que me sentía con esta etapa de mi nueva vida. Al torcer la esquina, giré la cabeza y lo vi allí plantado, en medio de la acera, mirándome. Levantó su mano en señal de despedida y yo le correspondí con el mismo gesto. Si hubiera estado más cerca me hubiera escuchado murmurar escépticamente: -.Y dices que no me ha rozado el tiempo…

En el juego del amor





Mientras no te olvide,
mientras me despierte soñando contigo
y al saberte lejos, lejos y perdido,
las lágrimas broten como lluvia fina
dejando en mi cama su rastro de sal.


Mientras cada mañana
maquille mi cara con una sonrisa
que cubra la pena, y acepte sin ganas
halagos y citas sólo por olvidar.


Mientras cada tarde, cuando la luz oscurezca
y las persianas bajen ocultando la vida
que esconden detrás, y yo apoye mi frente
sobre los cristales buscando en las sombras
algún resquicio donde poderme  agarrar.

Y al caer la noche, me aleje de allí, resignada,
con la esperanza de que el sueño me haga olvidar
que cuando se juega apostándolo todo
se corre el peligro de nunca ganar.

Mientras eso ocurra, no encontraré fuerzas
para levantarme y volver a empezar.




Los pájaros de primavera



Cuando las ramas de este árbol desnudo
se vistan de primavera,
habrá pájaros que regresen a recuperar su nido.


Si tú ya no regresas, si ya te has cansado de volar,
es probable que hayas decidido
construir el tuyo en tierras más cálidas
para no tener que abandonarlo cada invierno.

Tú rama quedará desnuda sin el calor de tus alas,
pero llegará el verano, y el sol, y otros pájaros,
la vestirán de nuevo.


Cosas mías


Hoy la noche está helada...



Me siento tan frágil
como esa planta cubierta por la nieve
que quebrará al primer soplo
de viento de la mañana.


Tan sola, como una flor de invierno
en el jardín sin color

Tan  vulnerable, que esta noche
me acurrucaría en tu hueco
esperando al sueño
y dormiría feliz
arropada por tu aliento
aunque mañana amaneciera
helada.





Yo confieso

Que hay noches que te conjuro
y regresas al hueco de mis caderas.
En esas noches sin rostro,
el reloj detiene la hora.
Clímax del segundo
en que fuimos sal y miel,
simbiosis perfecta bajo la luna.

Yo confieso

Que guardo tus sabores en mi copa,
exótico deleite que retorno
cuando la sed, desierto sin oasis,
abrasa mis labios.

Yo confieso

Que es tu piel lo que buscan mis manos,
palomas de horizontes difusos,
entre los pliegues de las sábanas.

Yo confieso

Que eres tú, sólo tú y siempre tú.








¿Por qué, mariposa furtiva, quisiste volar fuera de tu rosa?

Se te helaron las alas y fuiste
polvo de escarcha en la madrugada.
 
 
¡Qué cosas tienes!, me dices,
y sonríes con ternura mientras te digo
que me gustaría ser ceniza
para que una ráfaga de viento
me llevara junto a su ventana.
Luego, entre bromas, quemo un papel
y soplo con todas mis fuerzas.
Los dos reímos ante el estropicio,
y tú haces que te quitas una brizna del ojo
para ocultar la lágrima
que amenaza con rodar por tu mejilla,
y yo..., hago como que no me entero.

Felices Fiestas para todos!!!



El agua, la nieve, los árboles desnudos con sus ramas caprichosas, el acebo y sus frutos escarlata, el cielo lleno de nubecillas cambiantes...
¡Qué major adorno que el de la propia naturaleza!

Una razón, cuatro besos, un portazo, un te quiero...




...y un adios.

En ese momento, en el que el letargo de un tiempo se rebela y los recuerdos que pasaban ante tus ojos en blanco y negro, se colorean; la piel despierta y el corazón rompe su monotonía. En ese momento, en el que te sorprendes sonriéndole al espejo y agradeciendo la imagen que en él se refleja, la ilusión vuelve, y la tomas con la punta de los dedos temerosa de que desaparezca entre la niebla. Pero esa luz intensa que se agranda mientras se acerca, impedirá que aparezcan de nuevo las sombras para sumirte en ellas. No seas cobarde, abre las manos y toma el regalo generoso con que la vida te obsequia.  

Los restos de un naufragio


Fui guardando cada una de tus palabras en mí caja de Pandora adornada con las tiras de un corazón hecho pedazos.
Allí permanecían ocultas en el fondo del armario. Tan solo, en las noches en las que la soledad oprimía mi garganta y amenazaba con cubrirme con sus velos, la buscaba como quien busca los restos de un naufragio. La acariciaba con las yemas de los dedos, y de su interior, un rumor de olas traviesas estrellándose con el casco de tu barco, me traían tu voz;  tan varonil…,tan amada. Cerraba los ojos y los apretaba hasta sentir el roce de tus manos tropezando con las mías. Un escalofrío, recorría como un rayo mi columna, y yo, saliendo del trance, apartaba mis dedos y la empujaba más al fondo.








La Cita

Ha esperado a que la noche caiga completamente y el silencio –roto por el canto de las cigarras y algún ladrido lejano – se adueñe del pueblo.
Una suave brisa mitiga el calor de la tarde moviendo rítmicamente las cortinas que cubren los ventanales.
Ella, está a oscuras en medio de la habitación. Los ojos muy abiertos y el cuerpo tenso como las cuerdas de una guitarra; espera a que se apague la última luz de la vivienda.
Ha llegado el momento, de un ágil salto sube a la ventana. Desde allí, es fácil llegar al tejado del cobertizo, sus pasos se mueven con cautela por el desnivel que forman las tejas. Se asoma y comprueba que la calle está desierta. Desciende con la pericia de quien lo hace habitualmente y se pega a la fachada para ampararse en la sombra de los muros. A cada paso que da, se detiene y observa en todas las direcciones hasta asegurarse de que nadie la sigue.
La luna, inmensa, brilla en el cielo que parece un lienzo de terciopelo negro cuajado de estrellas. Cómplice, la acompaña hasta las afueras del pueblo. Allí toma un camino que la conduce hasta el río. Se detiene a la orilla, en un claro entre juncos y cañaverales y se recuesta sobre la hierba húmeda por el rocío.
Los minutos disparan su corazón y el recuerdo de otras noches la enerva. El rumor del agua y el croar de las ranas acompañan su espera. ¡Sabe que él vendrá!
De pronto, una sombra, cubre completamente la suya. ¡Ya está aquí!, se dice, y una mueca de triunfo se dibuja en su boca. Busca los ojos del visitante, que en la oscuridad, adivina rojos, febriles. Apenas son grietas que dirigen hacia ella dos haces de fuego para recorrerla con lentitud y hacer que arda de deseo.
Arquea el cuerpo esperando la embestida y se prepara para el escarceo. Un gemido sale de su garganta helando la noche.
De madrugada, la luna se oculta tras los velos del alba, y ella, regresa rota y feliz, lamiéndose las heridas, desanda los pasos que la condujeron al río. Cuando amanezca, volverá a ser la gata que ronronea mimosa entre las piernas de su dueña.

Déjame contarte...

Déjame contarte,
que pasan los días y sigues conmigo,
que tu voz extraño
cuando por las noches
pretendo dormir y no lo consigo.

Déjame contarte,
que son mis mañanas
la promesa triste de un largo paseo
junto a la nostalgia
caminando el día sin saber de ti.

Déjame contarte,
que en cualquier momento se quiebra mi voz-
que pasan las horas y en mi corazón
llueve la tristeza,
duele la ilusión.

Déjame contarte,
que quise entregarte todo lo que soy
que esperé contigo retar al amor,
vivir tiempos nuevos,
tiempos para dos.

Déjame contarte,
que fue un sueño loco compartir tu sol
tu luna, tu vida,
compartir tu amor.





No es mía, me lo dedicaron a mí.

Pintaré un Otoño

Pintaré un Otoño

Pintaré un otoño para sustituir a éste que no llega.
Lo llenaré de hojas y musgos,
de castaños y ocres,
de cielos plomizos,
de ramas desnudas
y vientos con remolinos
para que se lleven con ellos la tristeza.

Le pintaré un camino, largo, largo…
Y una casa al lado
con su chimenea humeando,
las paredes encaladas
y las puertas abiertas.

También pintaré un río
bordeado de cañaverales
que formen remansos
para que habiten los peces
que no sepan nadar contracorriente.

Y te pintaré a ti, como sólo existes en mi recuerdo.


He acabado de escribir y han comenzado a caer las primeras gotas. ¿Será un presagio?

Verbo Amar

No perpetúes tu vigilia por un espejismo
sin sombra, que son ya muchas las lunas
cómplices de tu desvelo.

Deja que tus lágrimas se sequen con el soplo
gris del alba, y que ese halo amargo
que ronda tu boca, se torne ambrosía en otros labios.

Este viento de otoño, que tiñe de grises las azoteas,
trae consigo aromas de otros mares.
Y ya no es su nombre, o su huella,
lo que buscas en las terrazas vacías; ni es su voz
la que acompaña al murmullo de la lluvia
que golpea los cristales.

Ahora, que ya conoces el verbo en todos sus tiempos,
ha llegado el momento de conjugar el presente y olvidar el pasado.