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Princesa sin alas.

Sentada en su trono con ruedas
rodeada por el silencio del olvido,
sus miembros desfallecen lánguidos
en un absurdo sinsentido.

Sus manos vacías,
sus pies sin alas,
la huella dolorida.

Todo su cuerpo grita en silencio
recordando la hora maldecida.

¿Qué mira la princesa, más allá de la distancia?
¿Por qué sus ojos se extravían conmovidos?
¿Qué pasará por su cabecita distorsionada y retorcida?
¿De qué dimensión nos llegan estos seres exquisitos?

Extraño mundo éste, que primero no corta las alas y luego nos hecha a volar.



Es un parque como otro cualquiera, lleno de árboles y bancos, zona de columpios y una pista circular para patinar. Cada tarde, numerosos grupos de mamás, observan a sus niños, mientras éstos se divierten con gran alborozo; subiendo y bajando con habilidad asombrosa entre el entramado de cuerdas, cadenas y barras de los más diversos colores y formas.
La suelo ver allí, sentada en su silla de ruedas al lado de un banco algo alejado del bullicio. Haga frío o calor, una manta de cuadros rojos y negros cubre sus piernecitas. Sus manos, se retuercen sin cesar, y su cabecita, que permanece inclinada hacia la derecha, sube y baja ritmicamente como si asintiera a preguntas inexistentes, o la menos, inaudibles a nuestros oídos. Sin embargo, su boca, –siempre abierta-, sólo emite extraños sonidos que tan pronto parecen un lamento como una carcajada. Por la expresión de sus ojos, que se pierden tras las palomas que revolotean a sus pies, uno puede imaginarse cuan grande es su deseo de volar aunque fuera con alas prestadas.
 A su lado, una mujer oriental, parece pendiente de sus gestos pero su mirada es inexpresiva y fría. La observa en silencio y como mucho, de vez en cuando, saca un pañuelo doblado de su bolsillo y la limpia unas lágrimas imaginarias.
Esta tarde, de la boca de la niña no salía ningún sonido y su mueca dolorida se había transformado en una gran sonrisa. Sus manitas permanecían inmóviles mientras una mujer, de aspecto elegante, las acariciaba con serena delicadeza. Las dos se miraban intensamente con un diálogo mudo que sin duda, les hacía cómplices y felices.
Esta tarde el parque tenía una luz especial.





La distancia entre dos puntos, no siempre es una línea recta.



Como si fueran hojas de los árboles en otoño,
o fruta madura;
las etapas de la vida, cumplen su ciclo vital.
Acabado éste, también caen asfixiando las raíces.


Las hojas muertas, se transforman en el compost
que alimenta ramas nuevas.
Las etapas concluidas, cimientan las venideras,
y de nosotros depende elegir el camino para
salvar los obstáculos con la experiencia adquirida.


Pues a pesar de las encrucijadas del destino,
la razón nos dice, que una línea recta
siempre es más corta que una quebrada.

VIDA ROTA

Se deshiló el cordón de una vida presentida
y cayó al suelo con el estrépito del cristal roto.
El tiempo quedó en suspenso
mientras la sangre brotaba humillada.

Aún busca en el subconsciente
el punto frágil que quebró
ahogando así el llanto neonato.

Y se pregunta,
¿por qué el castigo hizo diana
en donde el dolor es más agudo?

Ahora sólo le queda
recoger los vidrios esparcidos por la sala
y tratar de recomponer con ellos un sueño de nueve meses.

La ausencia empaña los cristales.

Volver a ti
y descubrir que el tiempo se detuvo en mi ausencia,
que los cristales aún continúan empañados
y todavía quedan ascuas encendidas en la chimenea.

Volver a ti desafiando al tiempo y la distancia
sin más equipaje que mis labios sedientos de tu sal,
vestirme con tu piel y descansar del largo viaje
 acostada en tu cuerpo.

Volver a ti y no sentir prisa por regresar.

Después del adiós.

Regaré el camino con tus flores,
la senda que escogiste al partir.
Y volvoré en primavera,
para saberte vestida con colores y armonía;
perfumada por las gotas de un rocío recién amanecido.

 Agradecida a la caricia del sol
que entibia tu rostro.
Escucharé tus pesares
y seré lluvia para llorar contigo.

Nuestra casa.

No hay muros gruesos
 ni puertas o ventanas por cerrar.
Basta con bajar los párpados
 y liberar los sentidos
para trasladarnos al hogar
contruido en la distancia y el tiempo
y forjado en la memoria.

Un espacio para nosotros,
escogidos por los dos,
donde el sol, el mar o las estrellas,
no están fuera, sino dentro.

Mi casa eres tú, tu casa soy yo,
nuestra casa somos nosotros.

Alas.


El hombre nace libre, pierde sus alas al nacer.
Luego, durante toda la vida
se empeña en que le crezcan de nuevo.
A veces, estas alas recien nacidas,
son tan frágiles que solo le permiten
planear a ras de suelo.
Tan a ras del suelo, que los charcos
las mojan haciéndolas inservibles.
Otras, se engaña construyéndolas de plástico, y el primer rayo de sol, las derrite con su calor.

Pero yo sé de un lugar
en donde adquirir alas indestructibles,
que te permitirán volar alto y tan lejos
 como llegue tu imaginación.

En ese lugar
podrás encontrar tantas como libros
descansan en sus estanterías.
(Fotografía tomada prestada del foro de Ruiz de Aloza)