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Una gota de café.

He abierto el libro al azar, lo leí hace años, exactamente en el verano del 86. He ido pasado las páginas y leyendo algunos párrafos, hasta que poco a poco, he recordado de qué iba. Al llegar a la página 116, me he quedado un instante en suspenso mientras un mundo de recuerdos dormidos ―que no olivados―, me ha golpeado con tanta fuerza como si acabaran de pasar. En una esquina del libro; una mancha oscura de tonalidad difusa, entre marrón y gris, casi impide que se pueda leer lo que hay escrito debajo. Como en una tira de aquellos fotomatones ―hoy en desuso―, han ido pasando por delante de mí cada uno de los instantes de aquella tarde. Me he visto recostada en un extremo del gran sofá color melocotón con un libro en las manos, mientras disfrutaba de una humeante taza de café. Te he visto a ti en idéntica posición, pero en el extremo contrario. Como siempre, sin premeditación, nuestros pies se han enzarzado en una batalla por ver quien era el primero en dejar indefenso al otro con un bombardeo de cosquillas. Por supuesto, yo te he vencido. Has reaccionado levantándote bruscamente y con el movimiento has golpeado sin querer la taza, se ha derramado parte del café salpicándonos al libro y mí. Me he estremecido al recordar como, en un momento, arreglaste el estropicio usando tus labios como si fueran de algodón absorbente y recogiendo de mi escote cada gota del aromático líquido. Con una nostálgica sonrisa he colocado de nuevo el libro en la estantería; no sin antes acariciar con mis dedos esa mancha que siempre hablará de tu presencia. He regresado al sofá que ahora es blanco y frío. En el otro extremo, un montón de cojines de colores ocupan todo el espacio. Sobre la mesa, intacta, la taza de café hace rato que ha dejado de humear y su amargo contenido, se ha quedado frío.

“El hombre, se diferencia del resto de los animales, porque busca justificación para sus atrocidades”

Sinrazón

En Alejandría, aquellos hombres de negro esgrimieron la bandera del rencor convencidos de tener el beneplácito de un Dios todo poderoso.
Acabaron con la belleza destruyendo la palabra impresa. Quemaron siglos de sabiduría, de búsqueda incesante de la verdad a través de la ciencia y la razón. No vieron más allá del fanatismo; esa máquina infernal que acaba con el hombre y lo transforma en un animal rabioso. Aniquilaron a un pueblo con la saña de quien padeció antes la barbarie.
Hipatia sufrió la cólera en sus carnes -de quien bebió de su mano- por buscar la respuesta de la conjunción de los planetas, y ser capaz de ver más allá de las estrellas. Nosotros, a través de los tiempos, aún continuamos mirando al cielo buscando el misterio
que se esconde en la mente del hombre.

No se puede llorar entre barrotes

 Se esconden tantas miradas vacías
 en esta mole de hormigón sin alma…

Se ahogan tantas palabras con el eco de la ira…

La noche aquí, no es un remanso para unos sueños amargos como hiel.
Sólo el alcohol y el humo de las flores ahuyenta a los fantasmas que cuelgan de los aleros.
Crujen los huesos y se arruga la piel como papel viejo.
Apenas corre sangre por las venas tan llenas de demonios.
Nadie duerme si lloran los gatos.
Hay demasiadas voces agitando la conciencia.
Se teme al ruido de los cerrojos,
nunca se sabe si ha llegado la hora de saldar cuentas
 o el momento de cobrarse la venganza.

Nadie espera el azul entre barrotes,
reconocen la cara del miedo arrastrando su sombra por los pasillos.

Ella


Desde que ella se fue,
sólo brilla su retrato en tu mesita.
Lo demás, se asfixia bajo el polvo y la desidia.
Apenas te importa más vida que la que abarcan tus ojos;
el resto, es un espiral que se desintegra a tus espaldas.

Cada noche te acomodas en la barra de un bar cualquiera
sin más interés, de que te sirvan el café cargado y bien caliente.
O que la rubia de la barra te roce con sus caderas cuando pasa por tu lado.
Sólo a veces, murmuras unas palabras que se pierden con el ruido
dejando en tus labios los restos de una mueca indescifrable.

Hace tiempo, construiste una isla perdida en medio del océano de tu memoria
en la que habitas con su recuerdo.
Refugiado en la piel y en sus arrugas.

Aquellos trenes

A veces,
 al asomarte a la ventana veías el mundo
Un mundo cambiante; azul y verde o gris y negro.
Pasaba ante tus ojos con la rapidez del rayo
 mientras tu retina giraba loca en busca de apoyo que guardara el equilibrio.

La lluvia, la nieve, la niebla…
quedan fuera, morían antes de llegar a tu destino
 incluso había veces, que una sonrisa llena de mocos
te robaba el alma y prometías volver sobre tus pasos
para buscar esa mirada y asomarte a ella.

Casi siempre, sólo quedaba en la intención.

Cada viaje era un sueño inconcluso,
una aventura rugiendo entre vagones,
sorteando señales; atravesando túneles,
cuyas bocas oscuras te transportaban un instante hasta el infierno.
Cada destino, morir un poco y renacer en otra dimensión.

Ya nadie arrastra su pasado en maletas con correas;
 ahora, es tan liviano, que cabe en un portafolios
o se comprime milagrosamente en un pendrive de moda.

No has llegado y ya conoces la hora del regreso.

Fénix

Se le desnudan las alas cuando intenta volar
en cada salto aterriza sobre el barro.
Se refugia plegada toda ella en los rincones de esta casa
donde anidan grietas y desconchones,
ampollas de un pasado cobrándose su legado.
Amarillean las hojas del tiempo vivido,
se oscurecen los cuadros de la memoria,
apenas queda vida en los retratos.
Fue sucumbiendo en todos los otoños.