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Olmo Milenario

Moría el viejo olmo en el asfalto
tratando de cruzar a la otra orilla,
extendía sus ramas en vano empeño
y el hombre las cortó, hiriendo de muerte al tronco.
Nadie contó con la fuerza y tesón de sus raíces
que lograron llegar y horadar la tierra en la cuneta.


Brotaron seis vástagos gemelos,
seis ramas de débil envergadura,
amamantadas con la savia negra
de un cordón umbilical asfixiado.
Llevaban  tatuado en el envés de sus hojas
la garra de de una estirpe milenaria,
savia nueva de una herencia firme
para luchar con un destino de exterminio.

Crecerán alineados en la orilla
para ser cómplices de amores juveniles
inmortalizados en sus troncos,
o testigos mudos del devenir de los hombres
que busquen su sombra.

El Alquimista























La quiso bella entre las bellas,
y al no encontrar joya alguna 
que no desmereciera ante su brillo,
recurrió a la Alquimia,
conjuró a los planetas  y la cubrió de oro.


Pero la magia falló o el azar quiso
que el oro se transformara en polvo,
cenizas que enterraron su lozanía.


Ahora vaga errante El Alquimista
aliándose cada noche con la luna
para que cuando ella peine sus cabellos
ante el  espejo, éste le devuelva
otra vez la belleza perdida.


Todo es un efecto óptico
de la luz y los espejos
y él, que la verdad sabe, purga su pena
cumpliendo la atroz condena
de vivir entre cenizas por toda la eternidad.

A donde mis pasos me lleven

Si al echar los cerrojos
el silencio alarga su sombra
y no hay más sonido
que el de un corazón latiendo en solitario,
me iré a donde mis pasos me lleven,
a donde la tierra me reciba
con el pan y la sal.

Allí, horadaré mi huerto,
cimentaré mis raices
y mudaré la piel anudando abriles.
En el otoño,tejeré las hojas caídas
para abrigar inviernos
mientras compongo los renglones torcidos
de esta vida ya vivida.

Y esperaré

Como saber


Quién guiará los pasos trazados
fuera de este mundo pequeño y redondo
que hoy habito.

Cómo limpiar los espejos
de miradas extraviadas
hurgando en la conciencia.

¿Habrá un mañana?

O se cerrarán los ciclos
dejando las manos extendidas
a la nostalgia.

¿Cómo saber si estarás cuando te busque?


Sócrates

Cuando llegamos estaba allí, tumbado sobre una manta vieja al lado de la puerta. No se levantó y aunque nos observó mientras bajábamos el equipaje, continuó en la misma posición, indiferente al bullicio que preparamos. Algunos, al entrar en la casa lo saludamos pero ni siquiera hizo intención de moverse. Tenía la cabeza apoyada sobre las patas que a su vez, se plegaban en una extraña postura. Parecía cansado y viejo.
Cuando salimos para cenar, había desaparecido, tampoco estaba cuando regresamos a dormir.
La mañana amaneció con algo de bruma pero la temperatura alta y la ausencia de nubes presagiaba un excelente día. Desayunamos todos juntos entre risas y buena camaradería. Cada un uno aportó alguna exquisitez y la verdad, “nos pusimos las botas”.
Mientras nos poníamos en marcha para la excursión que teníamos planeada por la montaña, salí a esperar a los del grupo a la puerta y de nuevo allí estaba. A su lado, dos latas viejas contenían pan y agua que parecía intacto. Si no fuera porque la noche anterior no lo vimos, juraría que no se había movido del sitio ni cambiado de postura. Nos observamos en silencio, sentí deseos de acariciarlo pero tuve reparos por miedo a su reacción. De repente recordé que nos había sobrado algo de embutido y entré a buscarlo. Lo hice trocitos y se lo puse sobre la lata del pan duro, pero lo ignoró.
Emprendimos la marcha a píe hasta Fuente Cobre, el nacimiento del Pisuerga. Tardamos algo más de dos horas y media, pero mereció la pena. Todo el trayecto discurre paralelo al río que tuvimos que cruzar un par de veces. Los bosques de hayedos y robledales impresionan por la grandiosidad de su vegetación. También encontramos espinos albares repletos de muérdago, se dice que si dos enamorados se besan bajo sus ramas conseguirán la felicidad eterna, y que sus bayas tienen poderes mágicos y medicinales. Esta planta es muy apreciada para la decoración sobre todo en Navidad, pues hay quien opina que trae buena suerte, aunque para evitar el daño que causa el corte masivo, es una planta protegida.
Llegamos sobre las doce a la entrada de la cueva. Aunque es una marcha sin demasiada dificultad, algunos lamentaron no traer calzado adecuado, sobre todo, en el último tramo donde la retama y las escobas la hacen más penosa.
La cueva es impresionante y aunque es transitable, nos limitamos a penetrar tan solo unos metros, hasta donde la luz de la entrada nos permitía ver. Sin el equipo necesario para adentrarse hubiera sido una insensatez.
Comimos los bocadillos al lado de una cascada natural que se forma al caer el agua entre las piedras, sobre las que cae directamente, brillan como si fueran de bronce y las otras, las que están más al fondo, están tapizadas de musgo de un verde intenso, toda una delicia para la vista. El rumor que produce contrasta con la ausencia de cualquier ruido que no provenga de la propia naturaleza. El silencio sólo quedaba roto por las risas y comentarios del grupo.
La vuelta fue más rápida, a pesar del cansancio lógico, debimos dar menos rodeo porque llegamos en dos horas escasas.
A la puerta de la cosa estaba el perro en la misma posición que lo dejamos por la mañana. La dueña nos contó que de cachorro lo atropelló un tractor destrozándole las dos patas delanteras, los dueño, seguramente turistas, lo dejaron abandonado y ella, aunque ya tenía más perros, lo curo de las heridas graves pero para que pudiera andar deberían haberlo operado y claro, eso suponía muchos gastos, así que, las fracturas soldaron solas dejándolo en aquella penosa situación. Para desplazarse lo hacía arrastrando las patas de atrás, se pasaba los días tumbado allí y cuando oscurecía se arrastraba hasta el cobertizo de la leña. No tenía nombre así que yo lo bauticé. Lo llamé Sócrates, me pareció adecuado por la forma filosófica de tomarse la vida con una actitud resignada, le iba muy bien. Esta vez sí dio buena cuenta de los restos de bocadillo que le dimos directamente a la boca.
Después de descansar y quitarnos todo el polvo que llevábamos encima, nos dirigimos a cenar a un pueblo cercano que estaban de fiestas. Fue muy divertido, acabamos bailando en la verbena y se unieron a nosotros algunos vecinos. Regresamos sobre las tres de la mañana y hasta que me quedé dormida, pude ver tres estrellas fugaces a través de la ventana que estaba en el tejado. No pedí tres deseos, pedí el mismo las tres veces. ¡Tal vez así se cumpla!
Por la mañana, después de despedirnos con pena de Sócrates, emprendimos el regreso con el compromiso de repetir la experiencia.





Regresar de nuevo

En esta tarde encapotada
de un verano que se tiñe de grises
y trae presagios de un otoño prematuro,
aún llevamos adherida a nuestra huella
arena de la playa que esparcimos por el asfalto,
sal en la boca y un banco de peces
de color incierto en la mirada.

Hemos cambiado un horizonte
plagado de velas blancas
como alas de gaviota,
por la ciudad que nos recibe
con luz tenue y las ventanas cerradas,
plazas con sabor añejo
donde se queman las últimas verbenas.

Pronto regresaremos a las tertulias,
amigos reunidos en torno un buen vino,
a contar viejos chistes con protagonistas nuevos,
personajes que la fama colocó en el candelero.
Cada uno aportará las anécdotas más divertidas,
extravagantes encuentros y besos robados bajo la  luna,
mientras los demás, reiremos y haremos que lo creemos.

Habrá un instante en el que regresaremos de nuevo
para recordar en silencio aquel pasaje,
en el que una fugaz mirada, nos hizo soñar despiertos
logrando que por un momento nos sintíeramos dichosos.

Tiempo de azahar y mandarinas




Hubo un tiempo de azahar y mandarinas,
de viajes largos con premio a la llegada;
de parques, cantos rodados y paseos bajo la luna,
de suspiros y risas bajo las sábanas.

Un tiempo en que las manos se encontraban sin buscarse,
y las miradas hablaban sin palabras
donde casi nada era imposible, ni siquiera la esperanza.
Y la distancia sólo era un puente que yo cruzaba.

Pero ese tiempo se perdió en la rutina,
las horas empezaron a ser largas,
las palabras morían en los labios
y las manos ni siquiera se rozaban
Quedaro en el aire muchos besos,
caricias que los labios abortaban
permanecieron intactas en los dedos
prisioneras tras el muro de tu espalda.

Ahora el tiempo ha quedado suspendido
en el momento en que los puentes
se cerraron con mi marcha,
y las lágrimas borraron la huella del camino.

Aún permaneces en el recuerdo
como una llama oscilante y lejana
que intento proteger sin mucho acierto
de ese viento del sur por si la apaga
dejando a oscuras ese tiempo.

Un pasito hacia delante

Desde hace algo más de dos semanas, cada mañana salgo a dar una vuelta en bicicleta. Recorro el mismo camino por las afueras de mi ciudad en una zona tranquila sin demasiado tráfico.

Cada día me detengo un rato en la verja que separa la carretera de un centro de discapacitados donde trabajan unas amigas. Suelo charlar un ratito con ellas, pues en estos días de calor, pasan su tiempo en el jardín cuidando a los “niños” que viven allí.

Merche, trabaja en este centro desde hace años, la conozco desde hace tiempo. A Marisa y Almudena, las conocí el año pasado cuando trabajan en otro centro de similares características pero con niños más pequeños a los que llevaban a diario a la piscina donde coincidíamos. También he conocido a Libo, el gerente, vive a caballo entre este lugar y dos más que dirige en otra ciudad próxima. Es un tío comprometido donde los haya. A pesar de su categoría ayuda en lo que haga falta con los “niños”, que por cierto, lo adoran. Mis amigas me han presentado a Luisma, Juan Carlos, Purita, María…, total son unos quince chicos mayores de edad y cada uno con una deficiencia. Yo los saludo ya a casi todos por el nombre y algunos, como Purita, me dan besos por los huecos de la reja. Todos ellos pasan las vacaciones juntos. Durante el invierno, cada uno está internado en centros de los alrededores que cierran en verano.

Pero el personaje del que os voy a hablar se llama Tinin. Es un chico autista muy peculiar, aquí los compañeros le conocen por el mudo, porque aunque ya es éste su tercer verano en el centro, nadie lo ha oído hablar. Se pasa el tiempo que están en jardín sentado en un columpio de madera que han instalado sujeto a las ramas de un árbol. Se agarra con tanta fuerza que nadie es capaz de moverlo de allí. Se balancea sin parar y lleva unas enormes gafas de sol completamente negras que le cubren la mitad de la cara, aunque parece mirar siempre al suelo, estoy segura que no se pierde detalle de lo que ocurre a su alrededor escondido tras esas gafas.

Esta mañana, después de cuatro días sin coger la bici, he vuelto a pasar y me he vuelto a detener a saludar a mis nuevos amigos. Libo, -su nombre es Liborio- me ha debido oír desde su despacho mientras los saludaba porque se ha asomado a la ventana y me ha rogado que lo esperara un momento, deseaba contarme algo.

La verdad es que me he emocionado. Me ha contado que el sábado, cuando recogían a los “niños” para comer, Tinin, se negó a entrar. No había forma de que se soltara de las cuerdas. Las cuidadoras entraron con los demás chicos y él se quedó tratando de convencerlo. De pronto, señalando la verja dijo: “tiene que pasar la de la bici”.Libo, tras la sorpresa al escucharlo por primera vez, le dijo que yo me había ido de vacaciones y que volvería a pasar por allí cuando regresara. Pasados unos minutos, El muchacho se levantó y soltó el columpio dirigiéndose como si tal cosa al comedor.

Liborio, que es psicólogo, sociólogo y no se cuantos “ólogos” más, intentó volver a hablar más tarde con Tinin, pues le interesa mucho profundizar en los problemas de los chicos para tratar de ayudarlos. No hubo manera, se volvió a cerrar en banda.

Todo esto me lo estaba contando a través de la verja y mientras lo hacía, yo miraba al muchacho que seguía balanceándose como si tal cosa y aparentemente ajeno a nosotros. Sin embargo, lo llamaré intuición o lo que sea, yo era conciente que nos observaba e incluso yendo más allá, que leía en nuestros labios lo que hablábamos. Liborio me dijo que si no me importaba que lo llamara a ver si respondía conmigo. Se alejó un poco haciendo que arreglaba una maceta y se quedó observando como yo miraba a Tinin y lo llamaba bajito. Al principio nada, pero enseguida vimos como se reía, seguí llamándolo y al final se levantó y lentamente vino hasta la verja en donde yo estaba. Sacando la mano por la reja, empezó a tocar el manillar. Yo le decía si le gustaría dar una vuelta y otras cosillas animándolo a hablar mientras Libo, unos metros más allá, no perdía detalle. Al final,  me dijo: “no tienes timbre”. Y se fue corriendo al columpio. Soy conciente de que ha sido la bicicleta y no yo quien ha conseguido este pequeño milagro pero cuando lo recuerdo, no puedo dejar de emocionarme. He quedado con Libo esta tarde para tomar un café y hablar de la terapia que piensa seguir, supongo que me va a pedir que lo ayude y estoy dispuesta a hacerlo.

Deja volar al tiempo

Deja volar al tempo que se fue, no existen jaulas para detenerlo
los recuerdos son aves que vuelan alto hasta alejarse
y se hacen pequeñas para perderse en el cielo.

Hay un tiempo en cada esquina, no te pares en la calle,
dóblalas pisando fuerte para que te oigan
esas aves de paso y emprendan el vuelo.

Una mañana cualquiera, cuando el tibio sol te acaricie,
igual descubres en el hueco de tu ventana
que han vuelto a poner su nido las golondrinas.
Porque ya sabes: hay aves que vuelan lejos
pero algunas siempre regresan al lugar donde nacieron.






Arco iris

Y cuando cesó la lluvia, la tierra respiró agradecida  y nos ofreció un aroma renovado, en está tarde de agosto. Para no ser menos, el cielo se vistió de luces.

Humilde y generosa



Vivirá en una esquina
en un rincón de tu entorno
sin exigir casi  nada,
un poquito de luz, agua y abono.

La verás crecer deprisa
y si la mimas un poco
en señal de gratitud
te regalará sus flores
y un perfume generoso.

Pero si la descuidas
y no observas sus raices,
crecerán poco y serán débiles
y no llegarán al fondo
quedando en la superficie
sin recibir alimento.

Y el día menos  pensado
al abrir tu ventana
una corriente de aire
quebrará todas sus ramas.

Harán falta pocas horas
para que muera marchita
aunque bondadosa ella
antes de morir del todo,
te dará la oportunidad
de plantar algún esqueje
y verla resucitar.


Cuando pase el tiempo

Un día, cuando pase el tiempo,
ya no pensarás en mí,
se te borrarán los recuerdos
que un día nos amarraron.


Olvidarás que era yo quien se bebía tu aliento,
quien aprendió de memoria, cada rincón de tu cuerpo,
y a quien bastaba el roce de tu mano en la mía
para leerte por dentro.

Para ti, el tiempo pasará de deprisa
para mí, seguramente más lento;
sin embargo, la experiencia de lo andado,
tatuará en mi cerebro
que la vida pasa rápido
y el amor es un momento.