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Pequeña ladronzuela


Camina con andares felinos, la cabeza baja, olfateando el suelo. La mirada huidiza, temerosa de delatarse. Algo esconde entre las manos que se ocultan nerviosas dentro de los bolsillos del raído abrigo tres tallas más grandes que su pequeño cuerpo. Al llegar a la esquina, se vuelve disimuladamente mientras se asegura que nadie le sigue. Se para ante el primer portal que encuentra con la puerta abierta y vuelve a mirar con desconfianza de derecha a izquierda varías veces, al final, se decide a entrar. Ha escogido bien, el lugar es oscuro y está desierto. Se oculta al fondo, en donde la oscuridad es más evidente y una vez comprobado que no le molestará nadie, saca de su bolsillo algo diminuto envuelto en papel brillante que cruje cuando con dedos nerviosos, lo desenvuelve cuidadosamente. Lo mete con avidez a la boca, lo saborea y su rostro se transforma en una gran sonrisa de satisfacción mientras toda la escalera se llena de un intenso y dulzón olor a fresa.

Crecerá la niebla

Pude oír tus pasos alejarse
mientras mis oidos se llenaron de su eco.
 Me sentí pequeña y un grito mudo se escapó de mi garganta.
Arranqué de mi piel las ganas,
me volví mármol veteado de silencios
y rompí todos los espejos.

 Luego, me deshice lentamente.

 No te hablé de la angustia de la noche
ni de las veces que he llorado con la luna.
Porque al final,
entre tu y yo, crecerá la niebla entre los árboles.

Rubor

Cuando sientes que te mira y sus ojos te acarician,
piensas que el mundo te observa y crees morir
Esas caricias presentida son las que te hacen sentir:
Que la piel se eriza,
el corazón bombea loco,
la cara arde y se pone como la grana,
 los ojos no aguantan la presión y parpadean sorprendidos.
 Las manos se humedecen,
la boca se seca y la abres o la cierras como un pez fuera del agua balbuceando incongruencias.
O ríes sin maneras con risa incontrolada y tonta hasta que te palpitan las sienes y la cabeza te estalla.
Te vuelves tan torpe que hasta los pies se enredan solos.

¡Eres un desastre!

Menos mal que es un instante y recuperada la compostura,
ahora sí, sueltas la carcajada
mientras suspiras resignada
sabiendo que mañana cuando te mire de nuevo te volverá a suceder.

A donde la imaginación te lleve

Mirando al mundo con lo que de infantil nos queda

Podrás volar sin límite por cielos púrpura
sin que la sangre te tizne el corazón.
Podrás mantenerte ingrávido entre las aves,
vestir sus plumas y conocer su libertad.
Podrás descender despacio
 o elevarte tan alto como la cometa que guiada por manos infantiles
cruza el cielo con piruetas imposibles.
Podrás remontar mares sin más remo que tus brazos,
cabalgar sobre delfines alados en la cresta de las olas
o bajar a las profundidades marinas para buscar el corazón del mar.
Podrás visitar ciudades lejanas,
conocer seres extraños capaces de comunicarse sin palabras, o podras extasiarte contemplando la superación de un niño que está aprendiendo a caminar.
Pero sobre todo,
podrás pintarme un mundo de colores,
y cuando yo esté triste, lo podré mirar.

Contra viento y marea.

Se desató la barquita del deseo,
descendió rauda por el río,
no encalló a pesar de los escollos,
ni perdió su prestancia en el descenso.
Ha llegado a la mar – que es su destino –
y horizonte señalado en su futuro.
Ha sorteado acantilados sin zozobra,
yendo a varar a la playa despacito.
En la arena oculta entre las dunas,
espera la subida de marea;
y que se anegue el lugar de olas y espuma
que la ayuden a remontar a toda vela.
Por el viento que sopla con bravura,
unas veces a favor y otras en contra,
navegará los mares de tu vida
con la valentía de los gran des triunfadores.
Luchando por no ir a la deriva,
llegará a tu puerto cualquier día.

Esos niños diferentes

 Son todo ojos, bocas y manos,
son todo caricias regaladas al viento.
Naufragan cada día en su pequeño mundo inventado,
misterioso, insondable y distorsionado.

La retina inmóvil,
la boca llena de silencios,
las manos asidas al aire.
No hay risas,
no hay lágrimas…
Sólo quedan palabras sin eco.
¡Ni siquiera un lamento!

Punto es y punto com.

El último correo que le había llegado esa mañana, era sin duda de alguien desconocido. El primer impulso fue borrarlo sin tan siquiera leerlo. Demasiadas malas experiencias con los virus que pululan por la red la había vuelto precavida. Sin embargo, un despiste hizo que en vez de anularlo, lo abriera. Así que, antes de borrarlo lo leyó. Un par de frases escritas con letra grande y clara le hicieron sonreír: “¿Qué tal brujita? ¿A qué no me esperabas hoy?" Pensó que la tal brujita, aunque lo esperara, se iba a quedar con las ganas. Esta vez sí lo eliminó a la primera aunque le quedó una extraña sensación que no pudo definir.

Cuando a la mañana siguiente volvió a encontrar otro correo del mismo remitente, lo abrió tan rápidamente que casi lo borra, esta vez sin pretenderlo, ¡claro! La curiosidad pudo más que ella. Cuando lo hubo leído, comprendió que debía hacer algo. Sin duda había una equivocación con la dirección de la cuenta de correo electrónico. Aunque no quería reconocerlo, sentía un poquito de envidia de la mujer que provocaba aquellas palabras. De nuevo, con la misma letra grande y más bonita, -o así le pareció a ella-, había vuelto a escribir: “Te imagino plena y feliz, rodeada de sol y mar, con tus cabellos meciéndose por la brisa mientras te acarician las hojas del sauce que tantas tardes nos cobijó”.
No lo pensó dos veces y escribió lo siguiente: “Creo que se está equivocando y es una pena que unas palabras tan bonitas, no lleguen a la destinataria correcta”. Una vez escrito, se sintió mucho más tranquila.
Pasó unos días de secreta esperanza que fue perdiendo según iba comprobando que ya no había más equivocaciones. De nuevo, la sorpresa fue más grande si cabe al volver a encontrar al cabo de casi un mes, otro correo de idénticas características: “¿Estás segura de que me he equivocado?” De cómo se desenvolvieron los acontecimientos a partir de ese momento le quedaba un vago recuerdo ligeramente distorsionado por el tiempo.
Llegaron las vacaciones y con ellas el alejamiento del ordenador, de los correos diarios con los que empezaba su jornada de trabajo, y por supuesto, de aquel extraño personaje. Pasó quince esplendidos días en los que se sintió plena y feliz, tostándose al sol sobre la arena, y dejándose acariciar por la brisa del mar que le llegaba a través de las ramas de un frondoso sauce.
El regreso de las vacaciones supuso volver a lo cotidiano, de nuevo encontrarse cada mañana delante del ordenador y del montón de correos que invadían su pantalla, y por supuesto, supuso reencontrarse con él.
Se lo imaginó maduro, sensible en su fuerza, dulce en su hombría; leal y culto. Idealizó hasta el infinito al autor de aquellos correos y sucumbió a lo inevitable. Respondió, uno a uno, a todos los que habían llegado en su ausencia. Desnudó su alma para él, se adornó de sus mejores galas y se ofreció a un destino trazado con texto Arial, 12, negrita y cursiva. Así pasaron los meses de aquel largo y frío invierno que a ellos se los antojó fugaz y cálido. Incansables, se regalaron momentos maravillosos mientras se confesaban sus sueños, sus anhelos, sus esperanzas…Todo, menos sus nombre y los datos que los situaran en un tiempo y espacio real lejos del maravilloso y mágico mundo al que accedían cada noche desde la ventana de su ordenador.
Un día, cuando la primavera alargaba las tardes de paseo, igual que vino, se fue. Y con él, se fueron todos s sueños que habían forjado juntos.
Aunque dolió, no hay mal que cien años dure y se consoló imaginando que al final, el destino todo lo pone en su sitio y los correos llegaban por fin a su primitiva destinataria.
Jamás olvidó aquella experiencia y en una esquina de su ordenador, escrito en un posit-it, con letra Arial, 12, negrita y cursiva, reza la siguiente leyenda: "No confundir nunca .es y .com"