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Un pasito hacia delante

Desde hace algo más de dos semanas, cada mañana salgo a dar una vuelta en bicicleta. Recorro el mismo camino por las afueras de mi ciudad en una zona tranquila sin demasiado tráfico.

Cada día me detengo un rato en la verja que separa la carretera de un centro de discapacitados donde trabajan unas amigas. Suelo charlar un ratito con ellas, pues en estos días de calor, pasan su tiempo en el jardín cuidando a los “niños” que viven allí.

Merche, trabaja en este centro desde hace años, la conozco desde hace tiempo. A Marisa y Almudena, las conocí el año pasado cuando trabajan en otro centro de similares características pero con niños más pequeños a los que llevaban a diario a la piscina donde coincidíamos. También he conocido a Libo, el gerente, vive a caballo entre este lugar y dos más que dirige en otra ciudad próxima. Es un tío comprometido donde los haya. A pesar de su categoría ayuda en lo que haga falta con los “niños”, que por cierto, lo adoran. Mis amigas me han presentado a Luisma, Juan Carlos, Purita, María…, total son unos quince chicos mayores de edad y cada uno con una deficiencia. Yo los saludo ya a casi todos por el nombre y algunos, como Purita, me dan besos por los huecos de la reja. Todos ellos pasan las vacaciones juntos. Durante el invierno, cada uno está internado en centros de los alrededores que cierran en verano.

Pero el personaje del que os voy a hablar se llama Tinin. Es un chico autista muy peculiar, aquí los compañeros le conocen por el mudo, porque aunque ya es éste su tercer verano en el centro, nadie lo ha oído hablar. Se pasa el tiempo que están en jardín sentado en un columpio de madera que han instalado sujeto a las ramas de un árbol. Se agarra con tanta fuerza que nadie es capaz de moverlo de allí. Se balancea sin parar y lleva unas enormes gafas de sol completamente negras que le cubren la mitad de la cara, aunque parece mirar siempre al suelo, estoy segura que no se pierde detalle de lo que ocurre a su alrededor escondido tras esas gafas.

Esta mañana, después de cuatro días sin coger la bici, he vuelto a pasar y me he vuelto a detener a saludar a mis nuevos amigos. Libo, -su nombre es Liborio- me ha debido oír desde su despacho mientras los saludaba porque se ha asomado a la ventana y me ha rogado que lo esperara un momento, deseaba contarme algo.

La verdad es que me he emocionado. Me ha contado que el sábado, cuando recogían a los “niños” para comer, Tinin, se negó a entrar. No había forma de que se soltara de las cuerdas. Las cuidadoras entraron con los demás chicos y él se quedó tratando de convencerlo. De pronto, señalando la verja dijo: “tiene que pasar la de la bici”.Libo, tras la sorpresa al escucharlo por primera vez, le dijo que yo me había ido de vacaciones y que volvería a pasar por allí cuando regresara. Pasados unos minutos, El muchacho se levantó y soltó el columpio dirigiéndose como si tal cosa al comedor.

Liborio, que es psicólogo, sociólogo y no se cuantos “ólogos” más, intentó volver a hablar más tarde con Tinin, pues le interesa mucho profundizar en los problemas de los chicos para tratar de ayudarlos. No hubo manera, se volvió a cerrar en banda.

Todo esto me lo estaba contando a través de la verja y mientras lo hacía, yo miraba al muchacho que seguía balanceándose como si tal cosa y aparentemente ajeno a nosotros. Sin embargo, lo llamaré intuición o lo que sea, yo era conciente que nos observaba e incluso yendo más allá, que leía en nuestros labios lo que hablábamos. Liborio me dijo que si no me importaba que lo llamara a ver si respondía conmigo. Se alejó un poco haciendo que arreglaba una maceta y se quedó observando como yo miraba a Tinin y lo llamaba bajito. Al principio nada, pero enseguida vimos como se reía, seguí llamándolo y al final se levantó y lentamente vino hasta la verja en donde yo estaba. Sacando la mano por la reja, empezó a tocar el manillar. Yo le decía si le gustaría dar una vuelta y otras cosillas animándolo a hablar mientras Libo, unos metros más allá, no perdía detalle. Al final,  me dijo: “no tienes timbre”. Y se fue corriendo al columpio. Soy conciente de que ha sido la bicicleta y no yo quien ha conseguido este pequeño milagro pero cuando lo recuerdo, no puedo dejar de emocionarme. He quedado con Libo esta tarde para tomar un café y hablar de la terapia que piensa seguir, supongo que me va a pedir que lo ayude y estoy dispuesta a hacerlo.

4 comentarios:

  1. “No tienes timbre", pero tienes una sensibilidad probada que hace aún más dulce tu sonrisa. Que Dios te premie tu predisposición. Besos.

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  2. Me he quedado sin palabras al leer la historia.
    Nunca se sabe que es lo que va a hacer reaccionar a esos niños. Lo que está claro es que además de la bici algo ha visto en ti que le ha inspirado confianza, seguridad ...
    Sigue adelante , Un brazo

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  3. Gracias, Francisco. Tus palabras son siempre muy amables y se agradece. Besos.

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  4. Sólo puedo decirte que mi bicicleta ya tiene y timbre y que sigo en contacto con ellos, un día, concluiré la historia. Te gustará.
    Besos, todos.

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