De su mundo queda:
Un tiempo del pasado desgajado a mordiscos,
heridas que aparecen tras la piel como ladrillos rojos bajo cal viva.
Una boca que calla,
una sonrisa encarcelada, embutida en un corsé social construido con silencios.
Pero sus ojos… No hay barrotes para sus ojos.
Vuelan tan alto y tan lejos como lo esté su horizonte,
o se pliegan escondiendo sus misterios con un leve parpadeo.
Por una mirada suya,
por un brillo de estrellas en sus pupilas,
se mueve el mundo.
Ese mundo que a veces, nos sorprende generoso