Seguidores

Los restos de un naufragio


Fui guardando cada una de tus palabras en mí caja de Pandora adornada con las tiras de un corazón hecho pedazos.
Allí permanecían ocultas en el fondo del armario. Tan solo, en las noches en las que la soledad oprimía mi garganta y amenazaba con cubrirme con sus velos, la buscaba como quien busca los restos de un naufragio. La acariciaba con las yemas de los dedos, y de su interior, un rumor de olas traviesas estrellándose con el casco de tu barco, me traían tu voz;  tan varonil…,tan amada. Cerraba los ojos y los apretaba hasta sentir el roce de tus manos tropezando con las mías. Un escalofrío, recorría como un rayo mi columna, y yo, saliendo del trance, apartaba mis dedos y la empujaba más al fondo.








La Cita

Ha esperado a que la noche caiga completamente y el silencio –roto por el canto de las cigarras y algún ladrido lejano – se adueñe del pueblo.
Una suave brisa mitiga el calor de la tarde moviendo rítmicamente las cortinas que cubren los ventanales.
Ella, está a oscuras en medio de la habitación. Los ojos muy abiertos y el cuerpo tenso como las cuerdas de una guitarra; espera a que se apague la última luz de la vivienda.
Ha llegado el momento, de un ágil salto sube a la ventana. Desde allí, es fácil llegar al tejado del cobertizo, sus pasos se mueven con cautela por el desnivel que forman las tejas. Se asoma y comprueba que la calle está desierta. Desciende con la pericia de quien lo hace habitualmente y se pega a la fachada para ampararse en la sombra de los muros. A cada paso que da, se detiene y observa en todas las direcciones hasta asegurarse de que nadie la sigue.
La luna, inmensa, brilla en el cielo que parece un lienzo de terciopelo negro cuajado de estrellas. Cómplice, la acompaña hasta las afueras del pueblo. Allí toma un camino que la conduce hasta el río. Se detiene a la orilla, en un claro entre juncos y cañaverales y se recuesta sobre la hierba húmeda por el rocío.
Los minutos disparan su corazón y el recuerdo de otras noches la enerva. El rumor del agua y el croar de las ranas acompañan su espera. ¡Sabe que él vendrá!
De pronto, una sombra, cubre completamente la suya. ¡Ya está aquí!, se dice, y una mueca de triunfo se dibuja en su boca. Busca los ojos del visitante, que en la oscuridad, adivina rojos, febriles. Apenas son grietas que dirigen hacia ella dos haces de fuego para recorrerla con lentitud y hacer que arda de deseo.
Arquea el cuerpo esperando la embestida y se prepara para el escarceo. Un gemido sale de su garganta helando la noche.
De madrugada, la luna se oculta tras los velos del alba, y ella, regresa rota y feliz, lamiéndose las heridas, desanda los pasos que la condujeron al río. Cuando amanezca, volverá a ser la gata que ronronea mimosa entre las piernas de su dueña.