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Un fin de semana mágico

Llegamos a Segovia al caer la tarde, el hotel que yo había escogido estaba ubicado en el centro de la ciudad, en una calle peatonal al lado de la plaza. Al grupo, este detalle le entusiasmó, todos estaban deseando conocer la noche segoviana y el hecho de no tener que conducir para desplazarnos por ello, les resultaba muy acertado.
En Recepción fueron muy amables, me di a conocer y llamaron el encargado para que nos recibiera. Nos habían asignado unas habitaciones especiales, un detalle que agradecimos todos.
Éstas, estaban en la última planta y desde allí, la vista de la sierra de Guadarrama era increíble. Pudimos ser testigos de una puesta de sol espléndida.
Todas las habitaciones eran de estilo mudéjar como el resto del hotel, espaciosas y muy claras, y aunque las ventanas eran pequeñas, había varias y estaban muy bien orientadas. A mi me habían asignado la única habitación individual y al abrirla me quedé maravillada. La madera era la gran protagonista, la tarima del suelo invitaba a descalzarse para sentir las huellas del tiempo. Las paredes blancas estaban exentas de adornos, un pequeño cuadro y un aplique de luz eran todo lo que colgaba de ellas. Los muebles, de madera oscura se veían impecables aunque estaba claro que los años, muchísimos, probablemente más de un siglo, había dado una pátina envejecida que los hacía cálidos y robustos. Sin embargo, brillaban como si no hubiera pasado el tiempo ni el uso por ellos. La cama de un tamaño hoy no habitual (grande para una persona, pequeña para dos). Estaba vestida con una preciosa colcha de hilo bordado en tonos naturales y sobre las almohadas, había dos cojines de plumas tan grandes y blanditos que invitaban al descanso. Dos mesitas de noche, una gran cómoda, una silla y un armario pequeño, constituían todo el mobiliario.
El techo, ligeramente abuhardillado estaba cubierto con un artesonado mudéjar de increíble belleza que al igual que el resto, se mantenía en perfecto estado de conservación. Una puerta disimulada en un lateral de la habitación daba acceso al baño, allí también el tiempo parecía haberse detenido. Saneamientos y accesorios de otra época brillaban con el esplendor de lo nuevo. Y qué decir de los espejos... tan llenos de magia que me devolvieron una sonrisa a modo de saludo.
Una vez recorridas todas las habitaciones asignadas y comprobado que todo estaba en orden, nos despedimos para deshacer los equipajes y asearnos un poco, nos veríamos en una hora en hall del hotel para decidir a donde iríamos a cenar.
Cuando por fin cerré la puerta detrás de mi y me quedé sola, di rienda suelta a mi vena infantil y lo primero que hice como de costumbre, fue tirarme de golpe sobre la cama y dar unos cuantos saltos que para mi satisfacción, resultaron amortiguado por el colchón que apenas dejar soltar un solo gemido a sus muelles. Durante unos minutos, tal vez más de los que recuerdo, me quedé extasiada mirando al techo; las vigas que discurrían paralelas parecían guardar un mensaje cifrado y misterioso. Quise entender que me hablaban de otros tiempos y de otras personas que como yo, también habían contemplado su vetas y muescas intentando descubrir los secretos de alcoba que desde esa priviliegiada posición, dabían haber sido testigos . En uno de los extremos, en donde el techo guardaba más verticalidad, había una fisura del tamaño justo para que alguien desde el otro lado, pudiera observar impunemente todo lo que ocurría en la estancia. Enseguida empecé a imaginar las más disparatadas e intrigantes aventuras. Al final, me quedé con la que más me gustaba: Sin duda, al otro lado se encontraba un príncipe árabe o un bello abencerraje encerrado allí desde tiempos inmemorables esperando a que yo llegara, así que, desde ese momento, cada movimiento que yo hiciera, sería en honor a él.

3 comentarios:

  1. Uno se queda pensando si no estuvo antes allí. Describes con una calidad de detalles que ya quisieran muchos para sí.Sólo puedo decir que me quito el sombrero y vuelvo a leerlo.

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  2. Gracias Pablo, me alegro que te haya gustado.
    Besos, María.

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