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Mañana

Como una aparición fuera de contexto,
 flota entre el humo del cigarrillo
y se pierde en ensoñaciones
detrás de una taza de café.
Refugiada tras la discreta cortina de la vieja taberna
en una calle perdida, se siente a salvo.

No es conciente de las turbias miradas
que se posan en sus hombros
y resbalan por su cintura.

 Retuerce compulsivamente una bola de papel
que ha formado con la nota cuyo mensaje, aún sin leer,
 quema en las palmas de sus manos.

Pronto, la tarde que ahora languidece,
llenará de grises las aceras,
y ella, protegiéndose de los ojos ajenos,
caminará de vuelta a su vida estructurada,
convencida, de que mañana será distinto,
 leerá la nota y tal vez...sí, tal vez mañana.
Felicidades Don Pablo

Es suficiente un viejo tronco al lado del mar para asentar en él nuestros sueños, nuestras lamentaciones. Es suficiente con poder mirar la llegada de la luna, escuchar el rumor de las olas, el canto de los pájaros, o contemplar como un velero marca nuestro horizonte. Es suficiente saber que gracias a él,

la poesía nunca muere.

Alas rotas

Vaguedad

Sentir las alas y volar...rápido, rápido ¡más rápido!


Abrir los ojos sorprendida a un día
nuevo, imprevisto.
Despertar en cama extraña
 Y regresar a las últimas horas
para bucear en ellas.
Desconcierto en la mente.
Siluetas blancas revoloteando con expresión grave.
 Buscar un rostro conocido,
 una mirada cercana entre tanta asepsia
y ocultar el miedo.
Sentir en las venas
fluidos intrusos que alteran la calma y duelen.
Lamer las heridas de un cuerpo lacerado.


El alma intacta.
 ¡Por fin!
Disfrazada de verde llega la esperanza.
Cerrar los ojos Y tragar saliva.

Sentimientos

Existen, estoy segura.
Cuesta encontrarlos, porque a veces,
están tan escondidos que uno piensa que se ocultan bajo la tierra,
o detrás de la luna.
Incluso, que pueden encontrase
sumergidos en las aguas negras de algún mar muerto.

Pero existen, están ahí.
Los hay tan transparentes que nos hacen sentir desnudos.
 A éstos, los escondemos bien para evitar que afloren sin permiso,
 y tomen iniciativa propia.
Si hace falta, cerraremos los ojos
 impidiendo así que se asomen y se escapen entre las lágrimas.
 O apretamos los dientes,
para que no dulcifiquen la sonrisa… ni las palabras.
 Pero también los hay que visten con piel de cordero
 o se disfrazan de infancia,
cuando en realidad, son lobos acechando cualquier descuido.
Están ahí, y son blancos... o negros.

Ella era él.

Esconde la dignidad detrás del abanico.